miércoles, 3 de marzo de 2010

ALBERTO PÉREZ

Y yo ya estaba ahí, esperando; intenté cogerlo, pero era muy rápido. Me levanté y lo seguí hasta un callejón en el que no había estado, donde desaparecío tras unas cajas vacias. Las aparté con las manos y descubrí una puertecilla de madera con un candado, tan oxidado, que resulto facil romperlo con una piedra. Por los bordes la puertecilla dejaba asomar una debil luz, -debe de ser el orbe- pensé. Vacilé un momento antes de entrar.
Apesar de la luz de un candil en el techo, estaba oscuro, y debido al polvo acumulado el lugar tená un aspecto deshabitado y lúgubre. Bajó de un saltó, al parecer, la puertecilla resultó ser una

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