martes, 16 de marzo de 2010

JORGE MERINO

Yo ya estaba allí cuando el sol comenzó a iluminar aquel lugar y todo empezó a cobrar forma. Era un escenario onírico, inalcanzable y bello, pero a la vez engañoso. Aquí los días nunca lloraban, el hambre era saciada y el odio siempre era un beso. Las nubes parecían algodones y todas las plantas que aquí florecían transmitían aromas frutales inigualables. Tampoco había tiempo, pues el sol nunca abandonaba el lugar y el horizonte era infinito.

Pájaros de todos los colores y formas se posaban de árbol en árbol dejando tras de si un dulce cantar y el silencio parecía reinar en aquel lugar. Solo se llegaba a escuchar el susurro de olas rompiendo a lo lejos. Nadie ni nada parecía enturbiar la calma y la tranquilidad, pues no había rastro humano, ni guerras, ni revoluciones, ni hipócritas, ni asesinos. Todo lo positivo, todas las virtudes se fundían en un escenario utópico. Era el sitio en el que siempre había deseado estar, lejos de críticas y miradas ajenas, lejos del ruido y de las banalidades diarias.

Aquello no era un sueño, pero tampoco era real y seguramente había llegado allí por casualidad. Era un deseo cumplido, el deseo de vivir acunado entre mis brazos.

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